Barras Verdologas

Pocas pasiones como esta


 

Ser hincha de Nacional tiene características definidas que solamente el ser verdolaga entiende, comprende, identifica y acepta sin discusiones. Llevar adentro al cuadro nacionalista, para muchos, va más allá del resto de las cosas.

Hay varias palabras para definir a aquellas personas que se acercan a un estadio de fútbol a acompañar a sus equipos. Está el simpatizante, el hincha, el aficionado y el fanático. El simpatizante es aquél que de vez en cuando asiste al estadio, pregunta por el equipo los domingos pero no se contenta ni demasiado con el triunfo, ni se pone tan triste con la derrota. Simplemente está interesado en el equipo por tener la información a la mano para tener tema para hablar en su círculo íntimo. El fanático es aquél que no acepta otras posturas sin aceptar que pueden existir otros equipos mejores, ni aunque la razón a leguas, esté de parte de su interlocutor.

El aficionado o el hincha es aquél del verdadero perfil verdolaga. Está siempre con el equipo, en las buenas y en las malas, acompaña al 95 por ciento de los partidos del año y solamente una enfermedad o las vacaciones por fuera de la ciudad, le impiden asistir al estadio una vez al año, tiene recuerdos en el estadio desde que estaba recién desempacado de la cuna, acompañó en varias ocasiones por tierra o aire a su equipo en otras ciudades colombianas y tiene en su corazón tanto la alegría de los triunfos, como las cicatrices de las derrotas. Pero tiene algo en común que lo identifica y a nuestro modo de ver, además, lo califica: es capaz de sentirse perdedor y aplaudir al rival de turno cuando éste demuestra que en la cancha fue superior. Y ese es un gesto de nobleza y de comprensión del juego, que es difícil de notar en las demás aficiones de los otros equipos. Un ejemplo contundente: Ciciliano fue aplaudido en el partido contra Millonarios cuando seguramente en Bogotá nunca van a aplaudir a un jugador vestido de verde y blanco.

El hincha verdolaga es el que piensa que Nacional está primero que el resto, pero acepta ser segundo. Es el que se enfurece cuando ve a su equipo inmiscuido con los de mitad de tabla para abajo porque su grandeza le impide igualarse con equipos chicos. Es aquél que disfruta día a día de las noticias verdolagas. Es el que tiene conocimiento del fútbol internacional y conoce a la perfección el juego. El que tiene paladar de fútbol fino, bien jugado y elaborado y se siente ofendido con los balones de punta y para arriba. Es el que cambia la mejor fiesta del mundo por el mejor programa dominical: ir a ver a Nacional. Es el que se siente orgulloso del promedio de asistencia que genera el equipo. Es el que viste con orgullo la camiseta verdolaga, sin importar si es domingo o lunes. Si hay torneo o vacaciones. Es el que, en definitiva, le entrega grandeza al equipo a partir de su conocimiento, su aliento y su amor por el club, sus vitrinas y sus colores.

Y lo mejor de todo es que sin saberlo, entre todos, afirman una identidad que desconocen. Se ponen de acuerdo en la tribuna sin que haya coordinador general, para saber a quién aplauden, a quien chiflan y a quien le conceden el silencio. Todos saben en qué momento hacer lo que hay que hacer, sin que nadie les diga nada. Y esa catarata de emociones es compartida. Por eso al mejor estilo mosquetero, se armoniza la convivencia en el estadio de parte de la familia verdolaga: todos para uno, y uno para todos.